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Devenir funcionario. La condición del opositariado II – Normalización: la condición intelectual

Fotografía de archivo - Tiempo de sueños

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DANIEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

En la primera parte de “Devenir funcionario” nos ocupamos de una de las cuestiones principales a las que ha de hacer frente el opositariado: la condición biológica, caracterizada por la vulneración que puede sufrir la homeostasis, es decir: la capacidad de autorregulación de los y las estudiantes. Ahora, en la segunda parte, vamos a profundizar en una segunda cuestión igualmente capital, la condición intelectual, protagonizada por un proceso de normalización de las personas que opositan.

Uno de las grandes cuestiones del pensamiento del siglo XX fue el proceso de construcción de la subjetividad. Y, por ahí, una de las figuras clave fue la de Michel Foucault, que, en Vigilar y castigar, planteaba que “el poder de normalización”, aplicado a partir de una serie de “dispositivos” (la cárcel, la escuela, el psiquiátrico) “obliga a la homogeneidad”. Hoy, cuarenta y seis años después de que Foucault publicara la obra a la que aludimos, sabemos que las prácticas de normalización se producen más allá de las instituciones señaladas por el autor de El orden del discurso; así lo vemos, de hecho, en las oposiciones, que labran la subjetividad del opositariado.

Más allá de que el estudio exige un esfuerzo similar, lo cual ya obliga a la homogeneidad, las oposiciones presentan una cosmovisión propia, especialmente las orientadas a los grupos más altos, debido a la extensión y a la profundidad del temario.

Quizá la expresión que mejor exprese dicha normalización sea la que alude al deseo de ser máquina, en el sentido adelantado por Gilles Deleuze y Félix Guattari a principios de los años setenta, id est: ser una pieza dentro de un sistema que, en alianza con el resto, favorezca el funcionamiento del mismo: “Máquinas deseantes” o “de régimen asociativo”, decían los autores galos en las primeras páginas de El Anti Edipo.

Valdrá la pena explicarlo con más calma

El opositariado aspira a la gestión de lo público, a ser una pieza de la Administración Pública. Por ello, el proceso de normalización, que ahora podríamos asimilar con uno de maquinización, se produce desde la misma preparación de las oposiciones. ¿Dónde cristaliza dicho proceso? En varios espacios. Podríamos pensar, en primer lugar, en la regularidad y en la capacidad de almacenamiento que exige el estudio; en segundo, en las pruebas selectivas, cuya realización debe ser completada en un tiempo concreto; y, en tercero, en la exposición de los conocimientos delante del tribunal solicitado en multitud de oposiciones, en las que se valora la seguridad, el rigor o la velocidad. ¿No son rasgos que asociamos más propiamente a las máquinas?

“Podríamos considerar ahora las consecuencias del espíritu burocrático en las oposiciones y preguntarnos si no nos monitorizamos, muchas veces a costa de nuestra salud mental”

En los últimos quince años, no por casualidad, Mark Fisher, David Graeber y Marina Garcés (en Realismo capitalista, La utopía de las normas y Escuela de aprendices, cronológica y respectivamente) han explorado la proliferación del espíritu burocrático allende las fronteras de la propia Administración, y los tres han alertado de sendos peligros: Fisher advierte de los problemas de salud mental producidos por la monitorización constante; Graeber, por su parte, de la pérdida de imaginación que generan los procedimientos administrativos; y Garcés, por último, ha avisado del paso de la autoridad desde las personas a los procedimientos, precisamente.

En virtud de lo mismo, podríamos considerar ahora las consecuencias del espíritu burocrático en las oposiciones y preguntarnos si no nos monitorizamos, muchas veces a costa de nuestra salud mental (por si el proceso no fuera lesivo per se); si no adoptamos, o simulamos adoptar, una forma de ver el mundo a partir de lo que se nos exige para sacar la plaza, con el agravio que ello podría suponer para la imaginación política (un elemento esencial debido a que somos ciudadanos y ciudadanas); o si no hemos vencido la lectura pausada y cuidadosa de los autores que en ocasiones adornan los temarios a la legislación que regula los procedimientos. Son prácticas ideológicas, y no son inocuas.

El mismo Foucault adoptó una palabra para sintetizar lo que hemos planteado, una que además suena familiar en el mundo de las oposiciones y de la Administración pública: la norma. La singularidad de la que nos ocupa ahora es que el opositariado ha de asumirla desde el principio para salir airoso, y a partir de ahí lidiar con los procesos aludidos: la subjetivación, la normalización y la maquinización; que, a la luz de lo explicado, podríamos leer en clave de adaptación a lo que luego será la Función pública.

“Las oposiciones son una vía a un puesto seguro cuyo precio es pasar por un proceso que aspira a con-formar al opositariado, a orientarlo por una senda concreta, a normalizarlo”

En síntesis, podemos concluir que los estándares de los procesos selectivos son rígidos que, en las pruebas, el opositariado deberá adoptar (o simular adoptar) la forma que se le ha aspirado a dar. Optar por la adopción genuina, la simulación pragmática o una síntesis de las dos es una cuestión del o la aspirante. Huelga decir que no nos proponemos criticar las legítimas valoraciones de cada cual, sino solamente advertir que las oposiciones son una vía a un puesto seguro cuyo precio, además de la posible vulneración de la homeostasis a la que aludíamos en la primera parte, es pasar por un proceso que, potencialmente, aspira a con-formar al opositariado, a orientarlo por una senda concreta; en una palabra: a normalizarlo.

Sin embargo, aún podemos dar cuenta de una cuestión más: la que alude a la condición política, una vez que las personas que opositan habrán de vérselas con un tribunal que, en virtud de su puesta en escena en los exámenes, cuenta con la capacidad de dar paso a la siguiente prueba o suspender a los y las aspirantes. El juicio, por tanto, es el elemento central de la condición política del opositariado, según explicaremos próximamente en la tercera y última parte de “Devenir funcionario”.

 

Daniel Fernández López es Licenciado en Periodismo y en Ciencias políticas y autor de la tesis doctoral El concepto de amor en Teoría política. Actualmente prepara oposiciones al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado en SKR y, en sus ratos libres, lee libros de señores rusos y alemanes muy viejos.

 

 

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