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El armazón intelectual de la historia del feminismo

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C.C.M.

Pensaba (y decía) Herbert Henry Asquith, primer ministro británico entre 1908 y 1916 que, por su naturaleza, una mujer está tan incapacitada para votar como un conejo. Esta frase, a modo de sentencia, refleja con bastante exactitud el duro camino hacia la igualdad de género y las transformaciones sociales que ha tenido que emprender la mujer para aproximarse a la igualdad de género.

Por eso, Inés Crespo, profesora de la Escuela de Gobierno y Administración Pública de SKR, iniciaba su Seminario “Mujeres y Políticas Públicas. El camino hacia la igualdad”, señalando que “la defensa de la igualdad en materia de género no es una moda, no es una ocurrencia, no es algo que nos haya llegado por influencia de otros países, es un movimiento en el que otras muchas personas antes que nosotros han participado activamente, sentando sus bases jurídicas, ideológicas y filosóficas durante muchísimos años. No es algo coyuntural son años de historia, sacrificio y mucho pensamiento detrás”.

Crespo articuló en esta sesión un extraordinario ejercicio de reflexión realizado mediante un repaso a los principales pensadores del movimiento feminista hasta la actualidad, porque “si bien no será hasta finales del S XVIII cuando asistiremos a la primera ola feminista en Europa y de forma precedente en los EEUU, las bases filosóficas del pensamiento feminista comenzarán a asentarse mucho antes y es necesario entenderlas para comprender su complejidad e importancia como gran fenómeno social”, señala.

El protofeminismo y la importancia de la generalogía

El feminismo no ha emergido hoy, ni ayer, ni antes de ayer. El feminismo actual, corrientes a parte, se enraíza en un proceso histórico, cultural e intelectual cuyas bases emergen en lo que denominamos protofeminismo y que se sustenta en obras como El libro de la ciudad de las damas, terminado en 1405 de la poeta francesa Christine de Pizan. “En esta obra Pizan esboza una ciudad creada y sustentada por mujeres sin el caos de la guerra de los hombres y con la que pretende hacer tomar conciencia de las mujeres como colectivo, que debe crecer y hacerse fuerte”, señala Inés Crespo. Junto a ella, otra obra paradigma de estos orígenes del feminismo será La igualdad de los sexos del cartesiano Poullain de La Barre que aparece en 1673 para contribuir a la idea de que la mente no tiene sexo. Para Crespo, “Poullain fue un adelantado a su tiempo, que ya señaló que no hay diferencias entre el hombre y la mujer”.

Tras ellos y ya en 1791, a nivel europeo y en el contexto previo a la primera ola feminista, Olympe de Gouges publicará su obra la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, en 1791, en contraposición con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789 y con la Declaración de Derechos de Virginia, de 1776, que no incluía a las mujeres. Inés Crespo destaca que “con su obra, Gouges reclama la igualdad de derechos, el acceso a la ciudadanía de la que habían estado excluidas las mujeres, formal y abiertamente, y lo expresó mediante esta frase: la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”.

La primera ola feminista arma intelectualmente a la igualdad de derechos entre sexos

Tras el protofeminismo y puestas las bases del movimiento, emergerá la primera gran ola feminista que globalizó por primera vez el movimiento en Europa. En este marco, en 1792, se publica la que se considera la primera gran obra del feminismo Vindicación de los derechos de la mujer de la mano de Mary Wollstonecraft.

“Esta es una obra muy importante que algunos entendemos como la obra fundamental del feminismo porque, por primera vez, reclama una educación racional para las mujeres”, señala Inés Crespo, profesora de la Escuela de Gobierno y Administración Pública de SKR. Crespo explica cómo “en este período sí existía una cierta educación para la mujer, pero estaba basada en la idea de que la mujer era un ser emocional, sentimental, incapaz de tener un razonamiento racional. La importancia de este libro es que por primera vez plantea que las mujeres no tienen las mismas oportunidades que el hombre por las diferencias educativas entre ellos y promueve el tomar distintas medidas para transformar esta realidad y educar a las mujeres de otro modo. Es una obra muy moderna en este sentido, de ahí su relevancia y trascendencia”.

Habrá que esperar otros 75 años para que un John Stuart Mill, influido por la vida y muerte de su mujer, publique otra de las grandes obras de esta ola en 1869, el ensayo La esclavitud de las mujeres. Como explica Crespo, “Stuart Mill sostiene en ella que el contrato del matrimonio es un contrato a presencia desigual y algo a combatir por esa desigualdad de posiciones, en la que la mujer no puede hacer prácticamente nada sin el consentimiento del marido. Por eso, para Stuart Mill la figura del matrimonio debía de extinguirse”.

La relevancia de esta primera ola se explica en la quiebra de la idea de las diferencias entre sexos, pero sobre todo en el armazón intelectual que las obras que emergen aportarán a la lucha por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Pero no solo para determinar este momento puntual de la historia, sino para el resto de la trayectoria del movimiento.

El voto de la igualdad en la segunda ola feminista

Tras ella, emerge la gran segunda ola del feminismo que irá mucho más allá de la reclamación de una ciudadanía y de la construcción filosófica de la igualdad de derechos. “En este momento, las y los defensores del feminismo entienden que la igualdad entre el hombre y la mujer se alcanzaría en el momento en el que la mujer pudiera votar, por eso se gesta el movimiento sufragista”, señala la profesora de la Escuela de Gobierno y Administración Pública de SKR. Pero como Inés Crespo explica, “el sufragismo no aparecerá de un día para otro, sino que emerge y viene marcado por dos hechos: la lucha contra la abolición de la esclavitud, en la que se embarcaron muchas mujeres, y el carácter crítico de la reforma luterana estadounidense que pedía más participación de la mujer en la iglesia a la hora de interpretar las escrituras. De este papel más activo de la mujer es del que nacerá el movimiento sufragista”.

Lucrecia Mott y Elisabeth Cady Staton fueron a una convención antiesclavista que hubo en 1840 en Londres y no les dejaron entrar por ser mujeres. Cuando volvieron a EEUU decidieron abrazar la causa sufragista en primer lugar y organizaron la Convención de Seneca Falls en julio de 1848 de la que se dice que fue el lugar en el que nació el movimiento feminista. “La Convención culminó con la Declaración de Sentimientos de Séneca Falls en la que se exigía una equiparación de derechos y la posibilidad de tener propiedades, de realizar contratos… Si pensamos en la situación de las mujeres en ese momento, jurídicamente era muy limitada”, destaca Crespo.

En el caso del sufragismo británico, Inés Crespo explica cómo habían tenido una situación muy trabajosa, “a lo largo del siglo XIX, se había ido reclamando el voto, pero no se había conseguido. A principios del SXX, las sufragistas, entre las que destaca Emily Panchurst – cuyo marido era del partido laborista y que además tenía tres hijas muy activas todas en el movimiento -, en esa idea de su “estamos aquí, no porque seamos infractoras de la ley; estamos aquí en nuestros esfuerzos por convertirnos en creadoras de la ley”, comienzan a realizar discursos, paradas, a manifestarse, boicot del correo con el fin de llamar la atención sobre esa solicitud del voto para la mujer. Fue muy polémico porque se las detuvo, se las sometió a encarcelamiento, hicieron huelga de hambre, se les alimentaba de manera forzosa, hubo un movimiento muy crítico contra ellas sólo por el hecho de estar pidiendo solo el voto”, recuerda Inés Crespo.

A partir de ahí, en 1918, Inglaterra reconocía el derecho al voto limitado de la mujer y en 1920 EEUU reconocía el voto femenino. Pero tras ello, comienza una etapa de cierta desmovilización porque parecía que se había conseguido lo ansiado. La profesora de la Escuela de Gobierno y Administración Pública de SKR explica cómo aun así “en este inmovilismo aparecen todavía voces críticas desde el punto de vista feminista como la de Virginia Woolf pone de relieve la dificultad que tienen las mujeres de la idea del ‘ángel de la casa’ y esa idea que las propias mujeres tenían de sí mismas vigente en la sociedad victoriana. Ella defiende la idea de matar al ángel de la casa”.

Como ella, “en los EEUU surgieron modelos de mujeres que no encajaban con la idea de ángel, por ejemplo las mujeres negras norteamericanas que trabajaban y estaban siendo explotadas. Reclamar derechos para ellas también formaba parte del movimiento feminista y eso no era matar a ningún ángel, porque ni siquiera estaban consideradas como ángel”, señala Inés Crespo. Crespo revisa cómo entre las mujeres trabajadoras emergen un nutrido número de autoras desde el comunismo, desde el marxismo, que reivindican con sus obras los derechos de las mujeres. Destaca Clara Zetkin a la que le debemos el Día Internacional de la Mujer, alemana, del partido socialdemócrata alemán. También Flora Tristán, francesa peruana y que desde el socialismo denunció la situación de los obreros y de las mujeres. Otra autora relevante fue la rusa Alexandra Kollontay, que desde los postulados comunistas reclama no solo la idea de un hombre nuevo, sino también de una mujer nueva, la socialización de la crianza, la liberalización del matrimonio, la posibilidad de la independencia económica o el aborto. Y en último lugar, desde el anarquismo destacó la figura de Emma Goldman, de origen lituano, pero que se trasladó a los Estados Unidos, y que hace razonamientos similares a los de los años 70 en relación con la liberación de la mujer por la vía de los anticonceptivos, muy adelantados a su tiempo.

“Después de todas ellas, llegó una de las autoras que más ha aportado a la teoría feminista y que no sabemos si colocar en la segunda o ya en la tercera ola: Simone de Beauvoir. Lo curioso de ella es que no tenía una pretensión activista con su obra. Ella escribió su libro porque se preguntó cómo había influido en su vida ser una mujer y fue preguntando en diferentes disciplinas hasta que ella misma concluye en El Segundo Sexo publicado en 1949 que la idea de género se superpone a la idea de sexo biológico y que, por tanto, se ha construido socialmente, se ha impuesto”, explica Inés Crespo. Y es que fue Beauvoir quien señaló la frase que dice que “no se nace mujer, sino que se deviene mujer”. Además, a través de su obra, denunció el androcentrismo; la alteridad de la mujer frente a la universalidad del hombre; la hetero designación, es decir, la idea de que lo que ha sido la mujer es lo que han definido los hombres; y como vías de futuro la emancipación de la mujer a través del trabajo y de la independencia económica, así como del control de la natalidad y del acceso a métodos anticonceptivos y, en su caso, al aborto para controlar las maternidades a las que quieren optar las mujeres.

Tercera ola: lo personal es político

“La obra de Simone de Beauvoir marcó un antes y un después en la historia del feminismo. Al terminar la Segunda Guerra Mundial las mujeres han vuelto a sus casas, después de haber estado trabajando toda la Guerra y se produce un completo desacuerdo entre lo que ellas son capaces de hacer y lo que el sistema preveía todavía para ellas. Por eso, la tercera ola del feminismo es el momento en el que no solo se reclama la igualdad en la esfera pública, sino también en la esfera privada”, indica Crespo.

Y es que en España en los años 70 el adulterio por parte de la mujer estaba penado en el Código Penal, en el 1981 las españolas se manifestaban por la aprobación del divorcio y en el 1985 por la Ley del Aborto. “Vemos como los derechos que se reclaman han ido evolucionando y los debates pasan al entorno de la esfera privada. Es en este momento cuando aparecen las distintas corrientes del movimiento feminista: el feminismo liberal, el feminismo socialista y el feminismo radical”, señala Inés Crespo.

Entre las obras claves de esta tercera ola destaca la escrita por la estadounidense Betty Friedan en 1963 titulada la Mística de la Feminidad. “Friedan era periodista que trabajó en revistas de moda durante mucho tiempo y cuando iba a tener a su segundo hijo fue despedida. Se puso entonces a trabajar haciendo entrevistas como freelance a otras mujeres y descubre un malestar que no tienen nombre entre las mujeres norteamericanas con una ausencia de proyectos propios, un grupo de mujeres que ya habían podido acceder a la universidad y sin embargo se veían confinadas luego a un marco doméstico al más puro estilo Mad Men”, narra Crespo quien destaca, además, que “este libro se convirtió en un bestseller y generó una identidad colectiva de reclamo de derechos y oportunidades para las mujeres, a las que jurídicamente se les reconocían sus derechos, pero que estaban confinadas igualmente”. Betty Friedan fue también la fundadora de la Organización Nacional de Mujeres (NOW), que a partir de ahí trabajó muchísimo en favor de las mujeres a partir de los años 70 en los EEUU.

Otra obra fundamental para Inés Crespo de este momento será Sexual Politics de Kate Millet de 1969 cuya principal contribución fue definir el patriarcado, se habla de él como un régimen político de determinación y opresión de las mujeres en el que mediante la subordinación económica se establece el poder de ellos sobre ellas. “Esta obra hace especial énfasis en desenmascarar ese denominado “régimen estructurado”, cobrando mucha importancia en este momento los grupos de autoconciencia en los que las mujeres empiezan a contar sus experiencias. Muchas sentían vergüenza por sentirse insatisfechas en ese sistema, en cambio al ponerlo en común se daban cuenta de que no eran ellas, era el sistema en el que estaban”, explica.

Posteriormente y ya en los años 80 emerge amparado por el auge del estructuralismo y la postmodernidad aparecen relatos en base a la subjetividad y la falta de validez de los grandes relatos, que habían tenido validez hasta ese momento, y se pone en relieve la interpretación de la realidad de manera individual según las vivencias de cada uno, lo que lleva a plantearse en gran parte el sujeto del feminismo. La obra paradigma de este momento, que plantea cuestiones aún hoy sin resolver, como indica Inés Crespo, profesora de la Escuela de Gobierno y Administración Pública de SKR, es El Género en Disputa, de Julie Butler en los 90. Su teoría es que el género y el sexo son un constructo social y que en realidad es lo que cada uno pueda evidenciar, es lo que uno es y como se comporta en un momento determinado en un lugar determinado. A partir de ahí empiezan a surgir distintas voces en el feminismo que replantean las reivindicaciones que se estaban realizando en ese momento y que han continuado hasta el momento actual.

“Hoy seguimos en estos debates y con múltiples autores que continúan construyendo ese armazón intelectual de la historia del feminismo del que hablábamos al principio”, advierte Inés Crespo. Entre los que recomienda, no dejar de leer a Nuria Varela, Marta Sanz, Clara Serra o Alicia Miyares, porque el feminismo no es algo fortuito, sino algo que se ha luchado, peleado y que nos exige mirar con respeto a todas y todos aquellos que nos han precedido y que han conseguido estructurar todo un marco legislativo de garantía de derechos para las mujeres y dotar de ideas y base filosófica al movimiento feminista.

Inés Crespo Ruiz de Elvira es Administradora Civil del Estado, preparadora de CSACE en SKR Preparadores y experta de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública SKR/UAX. Actualmente ejerce como Consejera Adjunta de Turismo en Embajada Española en Berlín.

 

 

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